lunes, 24 de mayo de 2010

Por qué los peluches deben tener nombre

"a pedido de la tutora, una historia antigua que escribi"


Misterios son siempre los que aparecieron en cada momento de mi vanguardia, desanimado aun por no tener la gracia de alentar a quien todavía me roba el alma. Jamás fui querido por ninguna mujer tal y ha como todo hombre le encantaría ser amado; por ende me siento terrible, horrible, y desastroso, mas eso es lo que al menos cada vez que oriento mi vista hacia un espejo, ha de sentir un cuerpo que no ha hecho más que no tener idea del significado de complemento. Por el mismo motivo, jamás he experimentado el noviazgo con alguna dama, ni siquiera con alguna mujer que posea ausencia de libido. Entonces, y como deducirán, regalos de amor jamás me han otorgado, y por aquel motivo la rabia hace de afluente en mis venas, recorriendo la sangre entonces con tal fuerza aquellos canales, que del solo hecho de oír que alguien recibe un peluche más a su inmensa colección de animalitos de felpa, me embarga el sentimiento más desastroso abarcado desde inmemoriales eras: venganza.
He visto, y me he acostumbrado a ver, casi como una pasión obsesiva; si es que ya no lo es; el modo en que la gente se aprecia, pues la misma soledad que me embarga en el presente, produce este descontento que anima las ganas de no querer asesinarme aun. Miró, tal voyerista, el querer de la gente, es una obsesión que hace amar un poco más mi persona, pues ni siquiera mi familia aprecia al ser que de sus entrañas fue maleado en instante alguno, tiempo atrás. De ese modo, caía el ocaso anunciando el crepúsculo próximo a venir en ocasión de horas, pues la noche, conmigo sollozando bajo la almohada, debía primero acogerme.
Llegó una ocasión solemne, de esas en que es necesario recordarlas como remembranza poco arcaica, pero demasiado trascendente para volver a llevarla a la memoria aislado como persona. Sin embargo, la graduación de aquel último año no me separó de quienes solía querer, pues a la inversa, nadie me quería a mí. Fue en aquella jornada en donde me arribó la sujeción de la que hoy asevero con seguridad absoluta su veracidad: no era motivo de estreñimiento, ni menos aun de la distancia amorosa que poseía con las damas, la fealdad que mi escuálida figura y el desvaído rostro ofrecían al mundo, sino que en otro sentido radical, la causa era la apatía rala, y muchas veces energúmena que me acompasaba las ganas de compartir. El resto, mas que rechazarme, me odiaba, y de eso no me puedo jactar, sería pedirle al niño que suelte el caramelo.
Fue en aquella misma ocasión en que la mujer que amé arribo con el obsequio siempre deseado por mi persona, aunque lamentablemente, no rotulado a mi nombre. Observé como regalaba aquel oso de felpa al chico más popular de la escuela, no destruyendo mi corazón, sino asfaltando la ruta perfecta hacia la discordia propia, y un deseo que hasta hoy en día no puedo cumplir: mi propio peluche, para llamarlo Iván, tal y como mi abuelo, único ser que se acuerda que existo, pues desde que visito su tumba, la brisa siempre ha de acicalarme las manos, quizá tomándomelas, tal y como en los paseos de antaño.
No llegó, el regalo, ni en cumpleaños ni navidades, pues con el estado adulto que ya comenzaba a ostentar, lo único que se me podía obsequiar era la indiferencia fundada para quien dejó el hogar, viviendo ahora al amparo de las desgracias laborales, personales, y sentimentales. Debido a eso, seguí viendo de vergonzosa manera como la gente hacia feliz su vida, a costa del sufrimiento que nadie imaginaba que poseía. Fueron tantas ideas las que por mi mente pasaron: robar el regalo ansiado, fabricarlo yo, o intentar borra de las casa al los muñecos, como el mas vil delincuente.
Sumí, solo ante la rabia y la desesperación de ver como mis cercanos solo me saludaban, nada más, aunque yo nada hacía por liberarme de un pasar poco intenso y por ende monótono. Arisco cuando por la placita afuera del trabajo pasaba la única amiga que pude tener. Era ella tan especial, bueno, tal y como toda persona que se conoce, derivada de un pasar no tan diferente al mío, pero exactamente igual al sueño de mi madre. Sueño terrible, pues lo que deseaba para mi era la dama que pudiese sobrellevar las contradicciones de mi pasar, tan tosco e imbécil.
Pero no, no fue suficiente para que cambiara, para quitar de los hálitos de este vil batallante de la nada, los ánimos de alguna vez ejercitar el cuerpo, de comer sano, y de realizar por tan siquiera alguna vez, algún ademán. Motivos no reconfortadotes, para mí por lo menos, para adquirir el mal del que muchos quieren huir, aunque luego de poseerlo, pues es tan sorpresivo su arribo, no queda tiempo a veces para despedirse de quienes alguna ves supieron que existes. Cáncer, esa el la palabra que aun no acostumbro a pronunciar, pues la vida me ha demostrado que hubiese sido para cualquier mortal la carga de un morir, el hecho de quitarse involuntariamente la vida, sin que individuo alguno presione gatillo, balancee estaca, o clave puñal. No es como suicidarse, pues aquí alguien te arrebata la vida, alguien refugiado en tu cuerpo, quitándotela, alguien que a mí me gusta llamar Dios. Aun todavía sin mi peluche, sobrelleve el destino asignado a alguien no sabiendo si lo mereció, pues todos somos culpables de algo, y alguien debe darnos el mal, o causarnos el sufrimiento que nos trae ver partir a quien lo sufre.
El doctor dijo que algo que se llamaba oncogén creo había fallado, produciendo problemas en las células de mi cuerpo, que no pararon de multiplicarse, tal cercenador que divide las piezas de su trofeo, dando lugar a que jamás nunca volviese a dormir de costado, pues dolía a veces presionar el sitio junto a mi abdomen. Y se sentía, era perceptible como después de tragar, digerir era un proceso que muchas veces hacia arder mis tripas, independiente de la dieta que tuviese. Peor fue todavía el tratamiento, ese haciéndome pensar que mas que regresarme la vida, o por lo menos intentar hacerla más duradera, se la llevaba mucho antes de que la enfermedad lo hiciese, pues dolía, en el alma. Es patente pensar en el dolor que te ocasiona el mismo muerto, o la muerte salvándote de volver a sufrir algún tipo de daño en el cuerpo, sobretodo a una piel que ni caricias puede soportar y… yo sin mi osito de peluche aun.
Ellos deben tener nombre ya que nadie los recibe para bautizarlos, pues son un adorno rememorándonos lo bello de la vida, momentos en los cuales alguien recordó que le haces mas bien que mal, devolviendo por medio del presente, parte de la gracia de los agravios dados. No es posible encontrar aun muñecos sin identificación, pues vale decir es burla para quienes nos han hecho recordar gratas situaciones, felices, o por lo menos, necesarias para serlo. Daría todo por obtener de Iván el recuerdo de alguien que me recordara por lo menos cuando me valla, consumido y arrastrado por el desahucio. No soporte jamás ver peluches sin nombres, sin embargo fui feliz cuando vi que se regalaban, con cariño. Además, no sería correcto dejar al amparo de los brazos durmientes un ser inanimado, pues seria dormir con una roca, fría y poco ostentosa. Mejor entrar a la vigilia con un amigo que si bien no te habla, te escucha, y ronronea en tus sentidos, ávido cuando necesita escuchar a alguien, pluma de palmas que desean una hoja para expresar alguna idea. Me hacen recordar lo triste que sería irme sin tener a Iván, pues necesito a quien de verdad me estimaría, y aunque no hable ni se mueva, por lo menos estará ahí, conmigo. No compartan conmigo esta percepción, pero intenten entender que para quien se va, es necesario compañía de alguien, por lo menos en recuerdo, pues de no ser así, marañas en el lugar al que arribe me esperarán, impávidas. Camino, y para fomentar aun mas las ganas de no tener mas deseos de continuar en este mundo, me hacen observar por enésima ocasión como el regalo otra vez se hace hacia las manos de un tipo que aun no es mi persona… aunque ya no importa, Iván jamás me conocerá, por muy condenado a la muerte que esté.
Y expiré, saliendo de mi boca un último halito de vida cerca del crepúsculo que esperaba para volver a ver como quienes se amaban, desechaban la posibilidad de consagrar complemento, tan solo por dejar su peluche sin nombre. Y como la muerte es un raro suceso, como todo acontecimiento, fui transportado por parajes símiles, ambiguos muchas veces, pero con la maleza necesaria para darme real cuenta de que a mejor vida, de verdad hube de pasar. Vi como en el suelo real, ese de allí abajo, los vivos lloraban a alguien que según ellos jamás habrían querido, dándome cuenta entonces de lo difícil que es encontrar a quien de verdad nos entienda, o el azar tan trascendente habido para caer yo a vivir en tal sitio y ambiente. Ahí, posado al torno de aromas que jamás había husmeado, aparecía un contorno obnubilado por el sol de crepúsculo, confundiéndome, pues pensé por un momento que aun seguía con vida. Pero la silueta me lo aclaró, era él, la única persona dándome la mano, aunque fuese en momentos no comprendidos por mi conciencia infante en aquel pasado. Abuelo mío trayendo consigo algo más que su constituido cuerpo, trayendo en sus manos un regalo, posándose frente a mí, y extendiéndola ahora para obsequiarme a mi Iván.

Acerca del impuesto a la comida chatarra parte II



Según cifras oficiales del INE, más del 60% de las personas en nuestro país presentan algún grado de obesidad. Se suele culpar de estas cifras a la comida alta en grasas, pero es en realidad el sedentarismo y una vida poco saludable la responsable del problema. Cada individuo tiene la libertad de escoger el lugar y la forma en que se va a alimentar, y en muchos casos la alta carga ocupacional implica que se prefieran comidas de preparación inmediata, pues perder tiempo hoy por hoy significa también hacer que pierda la economía. Es así como los locales que sirven esta clase de alimentos se vuelven un salvavidas para cierto grupo de personas, pero tampoco hay que obviar que ya son parte de un hábito alimenticio para otras.

En este contexto, un aumento al impuesto sobre la comida chatarra resultaría inútil debido al otro problema que nos aqueja como sociedad y que no dice relación con esta clase de alimentos: el sedentarismo. Un 88,8% de la población de nuestro país es sedentaria, vale decir, no hace más de media hora de actividad física al menos tres veces por semana. Esto significa y demuestra que no son las calorías que consumimos ni el de dónde provengan lo que favorece la obesidad, sino es cómo estas se gastan de forma correcta para llevar una vida activa y balanceada.

Resulta contradictorio notar que comer sano cueste más dinero que una porción de comida chatarra que integre la misma cantidad de calorías, vale decir, estamos inmersos en un sistema en donde comer correctamente es incluso más caro que no hacerlo. El nuevo impuesto a la comida chatarra desincentivaría el consumo en un cierto porcentaje, pero no apunta a cambiar los hábitos alimenticios ni menos aun está promoviendo el consumo de alimentos saludables, lo que sí podría hacerse con programas gubernamentales que incentiven la medida.

Si bien aumentar el impuesto en cuestión del 17 al 20% aportaría enormes cantidades de dinero a las arcas fiscales dada la masividad que tiene el rubro de las llamadas “comidas rápidas”, lo que generaría una gran fuente de ingreso invertible en obras de reconstrucción de las zonas afectadas por el terremoto beneficiando a su vez el consumo de otra clase de alimentos más sanos, también, y a la par, se confirmaría el impacto que tiene la ingesta de alimentos no saludables en los niños sobretodo, aún si consideramos que una fuente importante de las comidas que pueden ocasionar daños al sistema circulatorio no provienen solo de los locales de comida rápida, sino que también de las mismas colaciones que las madres envían a sus hijos y de los kioscos ubicados en los establecimientos educacionales, lo que valida el hecho de que tal alza no aportará nada.

jueves, 13 de mayo de 2010

Acerca del impuesto a la comida chatarra

Según cifras oficiales del INE, más del 60% de las personas en nuestro país presentan algún grado de obesidad, condenando como la culpable de estas cifras a la comida alta en grasas, cuando es en realidad el sedentarismo y una vida poco saludable la responsable del problema. Cada individuo tiene la libertad de escoger el lugar y la forma en que se va a alimentar, y en muchos casos la alta carga ocupacional implica que se prefieran comidas de preparación inmediata, pues perder tiempo hoy por hoy significa también hacer perder a la economía. Es así como los locales que sirven esta clase de alimentos se vuelven un salvavidas para cierto grupo de personas, pero tampoco hay que obviar que ya son parte de un hábito alimenticio para otras.

En este contexto, un impuesto a la comida chatarra resultaría inútil dado el otro problema que nos aqueja como sociedad y no dice relación con esta clase de alimentos: el sedentarismo. Un 88,8% de la población de nuestro país es sedentaria, vale decir, no hace más de media hora de actividad física al menos tres veces por semana. Esto significa y demuestra que las no son las calorías que consumimos ni el de dónde provengan lo que promueve la obesidad, es como las gastemos de forma correcta llevando una vida activa y balanceada.

Resulta contradictorio notar que comer sano cuesta más dinero que una porción de comida chatarra que integre la misma cantidad de calorías, vale decir, estamos inmersos en un sistema en donde comer correctamente es incluso más caro que no hacerlo. El impuesto a la comida chatarra desincentivaría el consumo en un cierto porcentaje, pero no apunta a cambiar los hábitos alimenticios ni menos aun está promoviendo el consumo de alimentos saludables, lo que sí podría hacerse con programas gubernamentales que incentiven la medida.

Promover el impuesto en cuestión del 17 al 20% aportaría enormes cantidades de dinero a las arcas fiscales dada la masividad que tiene el rubro de las llamadas “comidas rápidas”, lo que generaría una gran fuente de ingreso para invertirlo en obras de reconstrucción de las zonas afectadas por el terremoto del 27 F, y a su vez beneficiaría el incentivo del consumo de otra clase de alimentos mas sanos. De este modo, se evaluaría el impacto que tiene el consumo de alimentos no saludables en los niños sobretodo, considerando que una fuente importante de la ingesta de comidas que pueden ocasionar daños al sistema circulatorio no provienen solo de los locales de comida rápida, sino que también de las mismas colaciones que las madres envían a sus hijos y de los kioscos ubicados en los establecimientos.